Navidad en el bosque: mucho más que adornos

Cuando se aproximan las fechas navideñas los hogares cambian de decorado para celebrar junto a nuestros seres queridos uno de los períodos más emotivos del año. Por ello, y a pesar de las restricciones debidas este año a la pandemia del COVID-19, las casas se engalanan estos días con centros de mesa, figuras de Papa Noel, coronas de adviento, pesebres y todo tipo de adornos navideños.
Unos adornos que en buena parte de los casos provienen de la naturaleza, donde forman parte de la enlazada trama de la vida y juegan un papel determinante en el mantenimiento de los ecosistemas forestales.
Por eso quisiera invitar al lector a adentramos en el bosque navideño para conocer mejor a quienes llenan estos días las paradas de los mercadillos de adviento, descubrir su importante papel en la naturaleza y apelar a su colaboración para evitar su consumo ilegal y abusivo.
El acebo (Ilex aquifolium) es uno de los arbustos más utilizados como ornamento en estas fiestas. Sus espinosas hojas verde oscuro, con un haz brillante y terso, y las famosas bayas rojas que aparecen junto a ellas lo han convertido en el emblema navideño por excelencia, utilizado para elaborar los centros de mesa y las coronas de bienvenida que colgamos de la puerta.
Esta especie cumple un papel muy importante en el ecosistema forestal de los bosques húmedos del norte peninsular, ya que es uno de los pocos arbustos que ofrece sus frutos en pleno invierno, sirviendo de alimento a animales tan amenazados como el urogallo.

El acebo, una de las plantas más utilizadas como adorno en las fiestas navideñas. (Fotografía realizada por: Jose Luis Gallego)
Además, si lo dejamos crecer puede alcanzar el tamaño de un árbol, dando cobijo a muchas otras criaturas del bosque. Por todo ello, en lugar de salir al bosque para arrancarle unas ramas, es recomendable comprarlas en los mercadillos navideños o las floristerías asegurándonos que proceden de cultivo controlado: es decir de árboles plantados para su consumo y renovados año tras año.
También podemos confeccionar un ramillete artificial imitando al acebo con un poco de alambre, papel de fieltro verde y unos granos de café que pintaremos de rojo: un divertido taller navideño de reciclaje en el que puede participar toda la familia y un adorno original que podremos guardar de año en año.
Algo similar ocurre con el rusco (Ruscus aculeatus), un arbusto rígido que, como el acebo, crece en la umbría del bosque. Sus frutos empiezan a madurar al llegar el otoño y hasta bien entrado el mes de diciembre. Es entonces cuando en la base de las hojas muestran unas bayas grandes y perfectamente esféricas (como canicas) de un llamativo color rojo intenso, lo que acaba por convertirlo en otro de los adornos navideños por excelencia. Sus características son tan similares a las del acebo que en algunos lugares se le conoce como acebo menor o acebillo.
El musgo es otro de los símbolos vegetales del bosque en Navidad ya que con él se da forma al tradicional pesebre. Por estas fechas muchos (demasiados) recolectores ilegales acuden a los bosques de umbría y lo arrancan en placas, depositándolo sobre papel de diario y colocándolo en cajas de madera para venderlo en el entorno de los mercadillos callejeros. Se trata de un acto irresponsable que, además de estar prohibido por las leyes de protección de la naturaleza, provoca un grave daño en el ecosistema forestal. Por eso es importante que cuando acudamos a un mercadillo navideño a comprar musgo nos informemos sobre su origen y comprobemos si el comerciante dispone de la correspondiente autorización oficial.

El musgo, una planta no vascular en el bosque, su hábitat natural. (Fotografía realizada por: Jose Luis Gallego)
Este género de plantas briofitas, que agrupa a diversas especies, desempeña una labor fundamental para mantener el equilibrio del ecosistema forestal. Las varillas (que no ramitas) que lo forman se hinchan tras la lluvia convirtiéndose en pequeños aljibes naturales, pues están compuestas por unas células hialinas llamadas hidrocitos, que funcionan como la celulosa de los pañales: absorben la humedad del ambiente reteniéndola en sus fibras para ganar volumen. Por eso ofrece un aspecto tan esponjoso cuando, regado por las lluvias otoñales, se acerca la Navidad.
Su presencia es determinante para mantener el microclima forestal, actuando como un auténtico humidificador natural: durante el otoño y el invierno retiene el agua de lluvia en su interior para liberarla cuando comienza el estiaje y la ausencia de lluvias provoca que el ambiente se reseque en exceso.
Por último, y aunque se trata de un caso muy distinto, nos queda el famoso muérdago (Viscum album): con el que se confeccionan los tradicionales ramilletes navideños de la fortuna. Sus bayas son unas bolitas blancas y transparentes de aspecto gelatinoso y tono mate cuya ingestión resulta muy tóxica para el ser humano. Como en el caso del acebo y el rusco, también maduran por estas fechas y la tradición dice que si las dejamos secar en casa atraerán los mejores augurios para el año nuevo.

El muérdago, rodeado de pinos, en su hábitat natural. (Fotografía realizada por: Jose Luis Gallego)
En este caso no se trata de una planta que crezca por sí sola sino que en realidad es un parásito del pino, un inquilino del árbol que se extiende por su copa formando en ocasiones grandes bolas colgantes. Debido a ello muchos pensarán que liberar al árbol de este parásito le causará un beneficio. Pero no es así. Por norma general nunca debemos intervenir en los procesos que se dan en la naturaleza, ya que al hacerlo estamos alterando las reglas de selección natural.
Pero es que en el caso del muérdago los furtivos que se dedican a recolectarlo para atender la demanda navideña no se encaraman cuidadosamente a la copa para recolectarlo paciente y cuidadosamente con unas tijeras, sino que optan por cortar el árbol y arrancarle el muérdago una vez caído. De nuevo debemos interesarnos por su origen antes de comprarlo para evitar los daños colaterales de nuestros adornos navideños.