JAIME TORRES VENDRELL

Jaime Torres Vendrell, fundador de Bodegas Torres, fue un empresario laborioso y audaz: ejemplo de las figuras que distinguieron a la Cataluña modernista.

 

Jaime Torres nació en 1839 en un caserío de Olèrdola (Barcelona) en el seno de una familia de viticultores. Educado a la sombra de su hermano Miguel, Jaime era un muchacho rebelde e independiente, cuyo único sueño era convertirse en un hombre de mundo. Ese sentimiento humanista marcó para siempre su vida y su legado. El billete a Barcelona pagado por su familia fue su “primer tesoro”, con el que pudo pagarse el “segundo curso de la carrera”. Barcelona era una ciudad apasionante. Sin embargo, tampoco era el destino de este muchacho que ya había decidido emigrar a Cuba enrolado en un barco como ayudante de cocina. Dejando atrás escalas, calmas y temporales, Torres llegó finalmente a La Habana, donde comenzó trabajando como dependiente de una tienda de comestibles.

 

Dotado de una extraordinaria curiosidad por saber –leía todo cuanto caía en sus manos– y animado por una ilusión sin límites, Jaime se fue convirtiendo en un “indiano”. Pese a su apariencia melancólica y seria seguía llevando en el corazón al grumete soñador que leía las aventuras de Dumas y la historia de los burgueses laboriosos de La comedia humana de Balzac. Leyendo los recortes de prensa, llegó a la conclusión de que el petróleo era el negocio del porvenir. No dejaba de ser increíblemente ingenuo, como tantos genios y visionarios. Al joven Jaime no se le ocurrió otra cosa que escribir a una poderosa compañía petrolera norteamericana, que decidió concederle la distribución de su firma en La Habana.

 

Convertido en importante hombre de negocios, Jaime nunca olvidó sus comienzos difíciles. La escuela de la emigración le había enseñado muchas cosas y el concepto de la hospitalidad era casi una religión para él. Recibía noticias de su familia y la añoranza le invadía cuando pensaba en las viñas familiares y soñaba con volver a brindar con los vinos de su tierra. La idea de importar vino comenzó a ser su empeño obsesivo. Pero se daba cuenta de que la inestabilidad de las cosechas, los largos viajes por mar y los tiempos de almacenaje en muelles y depósitos perjudicaban la calidad y la garantía de los mercados. En cinco años había ganado miles de pesos y en medio de una situación global inestable a escala política sintió que era la hora de retirar el capital y regresar a Barcelona, realizando su sueño.

 

El alumno convertido en maestro

Así llegó Jaime Torres a Barcelona en 1870. Se estableció en una casa de su propiedad, en un entresuelo del paseo de la Aduana. Y, enseguida, constituyó Torres y Compañía en Vilafranca y se asoció con su hermano Miguel en una simbiosis perfecta. En tres años construyeron las grandes naves y bodegas subterráneas de la calle Comercio de Vilafranca, que fueron pronto famosas porque podían almacenar 120.000 hectolitros en tinas y conos, botas y barricas.

 

La idea comercial de Jaime era revolucionaria para su tiempo. Su experiencia le había hecho comprender que los pequeños toneleros de la comarca podían ser verdaderos genios, pero muchos de ellos no tenían dinero para disponer de la mejor madera. Por eso, Bodegas Torres facilitaba a sus artesanos el roble y los flejes de hierro, para que pudiesen armar las barricas.

 

El problema fundamental seguía siendo el que ya le había obsesionado tantas veces en Cuba: se necesitaban barcos y medios que pudiesen garantizar plazos de entrega y la calidad de los vinos. Por eso intentó pactar con la naviera de Antonio López un acuerdo para transportar sus vinos a América. Al ver que éste no se mostraba abierto al trato, Jaime jugó la partida decisiva que había calculado durante años: fletó por su cuenta un barco en el puerto de Barcelona y exportó así a Cuba sus propios vinos. El éxito fue inmediato y, en América, celebraron con entusiasmo la puntualidad en la entrega y la calidad de los caldos. Para el transporte a Barcelona se utilizaba un tren que salía de la bodega, estratégicamente construida frente a la estación de Vilafranca. Los envíos eran tan puntuales que la gente calculaba cuándo zarpaban los barcos cada vez que veían pasar el “tren Torres”.

 

El triunfador callado y melancólico

En el momento fabuloso de actividad que acompañó a la Exposición Universal de 1888, Jaime Torres decidió entrar en el mundo de la prensa. Sentía que la opinión económica estaba manejada por grupos que no le eran afines. Entre los periodistas hostiles se encontraba José María Serrate, director del Diario Mercantil. Torres fundó entonces el Diario del Comercio y, para dirigirlo, contrató a Serrate, a quien convirtió en el abogado de sus proyectos liberales de renovación. Don Jaime había aprendido a asumir riesgos, pero calculando siempre su capacidad para resistir. Así hizo, por ejemplo, cuando invirtió un gran capital en algodón norteamericano y se encontró en medio de una crisis a la que respondió comprando una fábrica de hilados en Malgrat y otra de tejidos en Sant Martí de Provençals. Y lo mismo le ocurrió cuando decidió invertir en carburo. Su éxito consistió, una vez más, en que había sabido quedarse solo.

 

Los vinos Torres alcanzaron pronto reconocimiento internacional, se exportaron a todo el mundo y obtuvieron sus primeros triunfos en los certámenes de Viena (1873), Filadelfia (1876), París (1878) y Barcelona (1888). La firma familiar ya no tenía un solo barco, sino muchos buques fletados para transportar sus vinos. Y, pese a sus años, Don Jaime seguía al tanto de la actividad económica, dirigía el funcionamiento de sus empresas textiles y revisaba las singladuras de sus barcos.

 

Cuando la Guerra de Cuba llegó a su desenlace en 1898, sintió con más pena la lejanía de aquellas tierras donde había dejado parte de su corazón. Le habían concedido la Gran Cruz de Isabel la Católica, pero él no era un hombre de medallas. Barcelona se había convertido en una ciudad grande y próspera. Don Jaime se acercaba al puerto, como si fuese a alejarse otra vez en un barco. Había hecho el “máster” de aprender a vivir y, ahora, tenía que aprender a marchar.

 

Murió en 1904. Y su viuda, Adanta Boada, encargó su mausoleo en el cementerio de Montjuïc a Rafael Atché, escultor famoso por haber realizado el monumento de Colón. Jaime Torres, empresario catalán que había nacido en los años del acero, construyó su vida con los ideales de la industria, el comercio, el trabajo y el progreso. Pero su mayor triunfo fue ver el paso de la Reinaxença al Modernismo, desde las “formas que pesan” hacia las “formas que vuelan”.

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