El fascinante (y amenazado) mundo de las abejas

Inquilina habitual del viñedo y compañera apreciada por todos los viticultores, que reconocen en ella a un aliado imprescindible para el desarrollo de su actividad, la abeja es uno de los insectos más ligados al mundo del vino, hasta el punto de que buena parte de los bodegueros son a su vez apicultores.
La abeja de la miel (Apis mellifera) es uno de los animales que muestran un comportamiento, tanto individual como social, más avanzado de la naturaleza. Además de su famoso sistema de comunicación (conocido como ‘el baile de las abejas’) con el que son capaces de señalar al resto del enjambre la dirección y la distancia a la que se encuentran las flores, el aspecto más señalado de su conducta es el complejo entramado de relaciones que rige en la colmena.
Desde su nacimiento, las abejas están marcadas para desempeñar una función que jamás abandonaran. Así, las hembras serán reinas u obreras, mientras que los machos tan solo llegarán a zánganos.
A lo largo de su vida se alimentan de polen y néctar y crían a sus jóvenes con la misma dieta, excepto las reinas, que son alimentadas por las obreras con una secreción salivar de alta concentración en proteínas llamada jalea real.

Abeja sobre una flor blanca, en la viña de Familia Torres.
Esta sustancia, con la que también alimentan a las larvas en sus primeros días de vida, constituye uno de los cócteles de proteínas, vitaminas, minerales y aminoácidos más ricos de la naturaleza, muy beneficioso para nuestro propio organismo.
La muerte de la reina provoca una grave crisis en la colmena que solo se supera poniendo más huevos en busca de una reina ‘de emergencia’. La primera que nazca ira picando con su aguijón las celdas de sus rivales para erigirse como tal y regir durante varios años. Las obreras en cambio no pasan de un verano, mientras que los zánganos -que solo sirven al grupo en la reproducción- son expulsados de su celda al llegar el otoño.
Tiempos de incertidumbre
Sin embargo, pese a su sofisticada evolución y la destacable capacidad de adaptación al medio, estos beneficiosos insectos, fundamentales para la polinización de las flores silvestres y de nuestros cultivos, sufren una crisis sin precedentes que está diezmando sus poblaciones, muy especialmente en el continente europeo.
Según los cálculos más recientes el descenso de la cabaña apícola europea en las dos últimas décadas fluctuaría entre el 20% y el 40%. En Inglaterra la producción de las colmenas se ha reducido a la mitad en los últimos cinco años, en Francia la caída supera ya el 40%, mientras que en España ronda el 30%.
Entre las causas de su declive están la expansión de determinados ácaros como la varroa, la mecanización agraria, el abuso de los agroquímicos, la emergencia climática y muy especialmente el aumento de las especies invasoras, como la avispa asiática (Vespa velutina) un temible enemigo que puede llegar a capturar hasta medio centenar de abejas al día.
Pero tal y como señala en su informe “El declive de las abejas” la organización ecologista Greenpeace, el principal factor que está provocando la desaparición de las abejas es el uso de los insecticidas que afectan a las colmenas.
Consciente de ello, la Unión Europea prohibió hace tres años algunos de los insecticidas más perjudiciales para las abejas, todos ellos de la familia de los neonicotinoides. Una decisión recientemente refrendada por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Pero a pesar de ello todavía se siguen utilizando gracias a las exenciones aplicadas por algunos de los Estados miembro.
¿Qué pasaría si desaparecieran las abejas?
La Organización de las de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) alertaba recientemente de que más del 70% de los cultivos que proporcionan el 90% de la alimentación mundial dependen de la polinización de las abejas. Según el estudio de Greenpeace, que emplea para sus cálculos los mismos estándares que la FAO, la producción de kiwis, calabazas, calabacines, melones o sandías, entre otros, descenderá en los próximos años hasta en un 90% si las abejas siguen desapareciendo.
La polinización de estos insectos también es la responsable del 40% y el 90% de las cosechas mundiales de níspero, membrillo, manzana, melocotón, almendra y nectarina. Por eso un descenso crítico de la población de abejas tendría también un efecto catastrófico en la agricultura y en la economía mundial.
Para evitarlo, además de eliminar el uso de los insecticidas en el campo, es necesario restaurar y conservar los hábitats naturales, así como favorecer la biodiversidad en los campos de cultivo a través de unas buenas prácticas agrícolas, en armonía con la naturaleza, como las que propone la agricultura regenerativa. Y por supuesto debemos prestar más atención a las advertencias de los apicultores: un oficio milenario más amenazado que nunca.