RETORNO A MILMANDA

Milmanda

La Huella del Vino y del Tiempo

Regresar a Milmanda es ahondar en la cronología. Caminar por sus viñedos es transitar por los ecos de la historia. En el horizonte, el futuro; bajo nuestros pies, un pasado y un presente que se muestran muy vivos.

 

Bajo el amparo geográfico de la DO Conca de Barberà, la finca de Milmanda descansa a los pies de la Sierra de Prades, rodeado de colinas que huelen a romero, enebro y tomillo. 

 

Su ubicación disfruta de unas condiciones idóneas para la chardonnay, de un perfil de historia vitivinícola heredada de la tradición cultural de la orden del císter. En la finca se erige, majestuoso, el castillo de Milmanda; que parece querer competir con el emblemático y cercano monasterio de Poblet.

 

Milmanda
Castillo y finca de Milmanda, rodeada de viñedos de chardonnay, propiedad de Familia Torres. 

 

La historia nos habla. Así, en Milmanda, restos arqueológicos hallados en el lugar atestiguan un pasado donde íberos, grecofenicios y romanos dejaron su huella. Fueron éstos últimos los que crearon una villa junto a la actual finca para beneficiarse de la proximidad de la vía Aurelia, que unía Tarraco con Ilerda (Tarragona y Lleida).

 

De sus vinos escribió Virgilio: “el campo es fecundo, especialmente en el terreno montano, ya que su vino es comparable al de Italia.”

 

Los visigodos levantaron aquí un castillo; fortificado después por las árabes. En 1136, el conde Ramon Berenguer IV liberó la comarca del dominio islámico, y Milmanda pasó a convertirse en propiedad feudal y abacial. Desde aquellos días queda constancia escrita de los diferentes poseedores. Una de las historias vitivinícolas documentadas más antiguas del Mundo Vino. Ya en el s. XVI el perfil rústico y militar tornó en un remanso de paz palaciego, donde personalidades y dignatarios se hospedaban en sus visitas a Poblet.

La figura del abad Copons, el personaje más legendario de la historia de Poblet. Bajo su amparo, visión y acciones consiguió gran prosperidad para toda la comarca. 

En 1320 llegó a Milmanda y mandó construir la torre de defensa que hoy preside el castillo y que puso su escudo en forma de copa, en referencia a su apellido, Copons. 

 

El abad tuvo la visión de hacer de Milmanda algo más que un castillo; un castillo de esencia agrícola donde se pudiera elaborar vino para después comercializarlo y para consumo propio de los monjes. Un punto de inflexión que nos lleva a nuestros días.

 

Volviendo a nuestros días, la finca se levanta 500 metros sobre el nivel del mar (de media). Los suelos son calizos y pardocalizos. El clima es mediterráneo con influencia continental, con una temperatura media cercana a los 14,5 grados, aunque amortiguadas por la sierra de Miramar en verano, cuando al atardecer se nota la caricia de la brisa marina. Las cepas de chardonnay se aprovechan de la luminosidad, apuntando al sur. De este modo, plantas y vendimias presentan perfiles más saludables.

 

Las montañas de Prades modulan la influencia marítima e impregnan de cierta tendencia continental el clima mediterráneo de la zona. Estas condiciones climáticas y geológicas permiten que la variedad desarrolle aquí toda su tipicidad, huella inconfundible de esta tierra milenaria.

 

Las prácticas con la vid, que siempre son respetuosas con el medio ambiente y la excelente maduración de las vendimias conforman la base del vino resultante. Uno de los chardonnays más apreciados y reconocidos del país.

 

La finca de Milmanda se encuentra en una zona boscosa, propicia para prácticas de viticultura regenerativa; respetando las coberturas vegetales del suelo, tanto las naturales como las sembradas, así como la aplicación de compost a la viña, devolviendo a la misma restos vegetales y de poda. 

 

En bodega, la fermentación en barricas de roble nuevo francés aporta ese perfil tan particular al vino. La temperatura controlada y acondicionada permite que los vinos permanezcan en contacto con sus lías durante meses, realizando así la asimilación de sus propias levaduras, enriqueciéndose con sus aromas. Un proceso de fermentación y crianza tan natural que no necesita de manipulación enológica. 

 

Milmanda es reconocido y admirado en el mundo entero. Un vino de intensa elegancia, de personalidad única; de firme estructura, con aromas maduros y sensuales que recuerdan a praliné y avellana, madreselva y miel; melocotón de viña y esas notas adultas de la crianza: pan tostado, humo y café.

 

Milmanda

 


Cruce de culturas, vicisitudes bélicas y experiencia vinícola monacal trazan la hipnótica personalidad de estos enclaves; lugares marcados por un pasado que ha modelado la moderna viticultura y el enoturismo para hacer de ellos espacios comunes de conocimiento y encuentro. Lo viejo y lo nuevo. La vida misma.