El canto del cárabo a la luna de otoño

Cárabo

Por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental (@ecogallego)

 

En las noches de otoño, cuando la luna ilumina los campos y reviste de sombras el monte, es posible escuchar uno de los sonidos más inconfundibles del bosque: el canto del cárabo. Se trata de un potente ulular, grave y profundo, que este búho repite una y otra vez mientras recorre su área de campeo.

Huidizo y muy desconfiado al cárabo más que verlo se le oye. Además, es muy posible que, pese a su gran tamaño, no lográsemos reconocerlo aunque lo tuviéramos posado en el árbol de enfrente, pues posee uno de los plumajes más miméticos de las aves europeas. Aunque generalmente suele ser de color pardo grisáceo, el plumaje del cárabo común (Strix aluco) puede variar hasta los tonos marrones, tostados o arcillosos, moteados y rayados, para confundirse a la perfección con los de la corteza de los árboles.  

De aspecto compacto y redondeado, en su silueta destaca la abultada cabeza, casi tan grande como el resto del cuerpo. Carece de los característicos penachos o pinceles que a modo de orejas muestra otra de las rapaces nocturnas más habituales de nuestros bosques: el búho chico. 

 

Ejemplar de cárabo. 
Ejemplar de cárabo. 


Equipados con una membrana nictitante que se encarga de mantenerlos perfectamente lubricados, los ojos de los búhos tienen una pupila de amplia dilatación que les permite un alto grado de visión incluso en la oscuridad total, siendo hasta cien veces más sensibles a la luz que los nuestros. Si a eso unimos la capacidad de girar la cabeza casi por completo (270 grados), su capacidad de visión es enorme. 

En el caso del cárabo los ojos son dos grandes bolas negras que parecen incluso mayores por los discos faciales que los rodean. Con una altura de hasta 45 cm, puede llegar a pesar más de medio kilo y alcanzar un metro de envergadura, que es la distancia de punta a punta de ala cuando las extiende. 

Durante el día permanece oculto en su dormidero: un rincón sombrío del bosque o la arboleda del que solo saldrá bien entrada la noche. Al contrario que otras rapaces nocturnas como el mochuelo, el cárabo solo vuela cuando reina la oscuridad total. Es entonces cuando inicia sus batidas de caza para capturar a los pequeños roedores de vida nocturna que le sirven de alimento.

Gracias a su capacidad de adaptarse a todos los ecosistemas forestales y de instalarse sin problema en el entorno de los núcleos urbanos, el cárabo es una de las rapaces nocturnas más abundantes y mejor distribuidas de la fauna ibérica. Habita todo tipo de bosques y terrenos arbolados: desde las sierras litorales hasta la alta montaña; desde pinares, hayedos y robledales, hasta choperas, dehesas y olivares. 

Pero también resulta muy común en parques y jardines urbanos, donde su inconfundible reclamo suele escucharse de madrugada, cuando cesa el ruido en las calles, especialmente en las noches de luna llena otoñales. Cuando eso ocurre, más allá de cualquier estremecimiento, su enigmático y misterioso ulular nos vincula directamente con la naturaleza.   

Muy fiel al árbol que le sirve de escondite, tras localizarlo por el canto, una de las mejores pistas para llegar a verlo es prestar atención a la acumulación de egagrópilas que suele dejar en el suelo, bajo la copa. Las egagrópilas son el amasijo de pelo y huesos que las rapaces y algunas otras aves expulsan por la boca tras deglutir a sus presas, y que en el caso del cárabo suelen acumularse al pie de su posadero.

 

Gamaris
Cárabo en un tronco de un árbol. 

 

Las rapaces nocturnas juegan un papel fundamental en la naturaleza al mantener a raya las poblaciones de roedores evitando que se constituyan en plaga. En el caso del cárabo, aunque también puede alimentarse de aves, reptiles o insectos y llegar a capturar presas de mayor tamaño, como conejos, su dieta se basa en micromamíferos y roedores: musarañas, topillos, ratas y ratones, entre otras presas. De ese modo, además de ponerle banda sonora a las noches en el campo, el cárabo, como el resto de los búhos, presta un gran servicio al agricultor. 

Su período de celo se inicia a finales de otoño, y se extiende hasta bien entrado el invierno. Suele hacer el nido en los huecos de los troncos de los árboles de mayor tamaño. La puesta, de tres a cinco huevos, es incubada durante un mes. Los pollos empiezan a volar por los alrededores del nido a principios de primavera y se independizan y dispersan en verano.