La vida bajo el hielo

En las mañanas de frío intenso, al observar el paisaje helado, la naturaleza parece vencida por el invierno. Sin embargo, los procesos biológicos no se detienen ante las bajas temperaturas sino todo lo contrario. Como sucede en la viña, lo cierto es que bajo la nieve y el hielo la vida sigue latiendo.

[[{"fid":"22530","view_mode":"default","fields":{"format":"default","alignment":"","field_file_image_alt_text[und][0][value]":false,"field_file_image_title_text[und][0][value]":false},"type":"media","field_deltas":{"1":{"format":"default","alignment":"","field_file_image_alt_text[und][0][value]":false,"field_file_image_title_text[und][0][value]":false}},"link_text":null,"attributes":{"class":"media-element file-default","data-delta":"1"}}]]

Image

Cepas nevadas en la finca de l’Aranyó, propiedad de Familia Torres, durante la nevada del temporal Filomena (enero 2021).

Cuando era solo un niño en una de las paredes de mi habitación tenía colgada la foto de un viejo pescador inuit sosteniendo su caña de pescar sobre un pequeño agujero en mitad de un lago helado, rodeado de un paisaje blanco, completamente nevado.

La imagen de aquel esquimal sentado sobre un taburete de madera de abedul y piel de foca, alimentaba mis ansias de viajar hasta los territorios del Gran Norte. Unos lugares que conocía a través de las novelas de Jack London, cuya lectura había despertado en mí la fascinación por los pueblos del Ártico y el deseo de comprobar su manera de relacionarse con un entorno tan gélido y salvaje y su capacidad de adaptación para sobrevivir a él.

Años después, durante un viaje a Laponia, tuve ocasión de comprobar hasta qué punto la costumbre de pescar bajo el hielo está largamente extendida entre los pueblos que habitan aquellas regiones. Un día, recorriendo un lago helado cerca de la población finlandesa de Inari, más allá del Círculo Polar Ártico, observé a un viejo pescador lapón que, como aquel inuit de la fotografía, sostenía su caña en un agujero del hielo.

Al observar su cesto comprobé que los peces que estaba capturando eran en su mayoría barbos (Luciobarbus bocagei). Me explicó que durante el invierno se sumergían hasta el lecho del lago para permanecer inmóviles en el lodo, en un estado de aparente somnolencia. Pero en verdad no duermen –me explicó- sino que mantienen sus constantes vitales activadas y muestran una cierta actividad. Algunos de ellos comen por lo que, como hay tan poco alimento a su disposición, resulta fácil que muerdan el anzuelo.

Image

Hombre pescando gracias a un agujero hecho en el hielo.

Al igual que aquellos barbos finlandeses, la carpa común (Cyprinus carpio), una especie muy habitual en los lagos, embalses y estanques de nuestros pueblos y ciudades, sobreviven bajo el hielo que los cubre. En su caso muchas de ellas realizan una hibernación pura, similar a la que sigue el lirón en su cubil del bosque. Se dejan caer hasta el fondo y, al abrigo de la capa de hielo que lo cubre, duermen el más profundo de los sueños: cierran la cloaca, dejan de tomar alimento y permanecen inmóviles hasta que los primeros rayos de sol disuelvan el hielo y abran de nuevo el estanque a la superficie.

De hecho, la estrategia que siguen los peces que sobreviven en el lago helado es la misma que buscan los esquimales con la construcción de sus iglús: aprovechar el abrigo del hielo. El agua pesa menos en estado sólido, por eso el hielo se acumula en la parte alta del lago formando una capa aislante. Una cubierta que nunca llega a clausurar el lago por entero, permitiendo que se siga dando la oxigenación de las aguas y evitando que se cree el vacío.

De ese modo, mientras en el exterior el termómetro se precipita muchos grados bajo cero y la ventisca aumenta la sensación de frío, en el fondo del lago las temperaturas permanecen mucho más confortables, por eso los peces se refugian en sus profundidades, “abrigados” bajo el hielo.