La ranita de plastilina

Hace alrededor de cuatrocientos millones de años los peces decidieron abandonar tímidamente el reino del agua y asomarse por primera vez más allá de sus límites. Pero lo hicieron sin renunciar del todo a la seguridad del medio acuático, aquél sería un viaje de ida y vuelta hacia las orillas.

Impulsados por el afán explorador, aquellos pioneros fueron adaptando las aletas pectorales para poder caminar por tierra firme y adentrarse en el prometedor medio terrestre. Aquella aventura supuso una de las mayores zancadas evolutivas en la historia de la biosfera, dando origen a los primeros anfibios (am phibios: ambos medios).

Desde aquella primera ‘excursión’ fuera del agua, esta clase de vertebrados ha ido evolucionando de manera asombrosa hasta completar un variado catálogo de géneros que, según los herpetólogos, cuenta hoy en día con alrededor de 7.500 especies diferentes repartidas por las zonas templadas del planeta.

Por todo ello, los anfibios representan uno de los mejores ejemplos de adaptación al planeta y de interconexión entre los ecosistemas acuáticos y terrestres. Con el paso del tiempo su proceso evolutivo dio origen a dos grupos bien diferenciados de especies: el de los anfibios con cola, al que llamamos urodelos y del que forman parte tritones, salamandras y gallipatos; y el de los anfibios sin cola, denominados anuros, compuesto básicamente por ranas y sapos.

En el caso de éstos últimos, y pese a que su vida se está viendo también alterada por los efectos del cambio climático, tal y como sucede con la mayoría de los protagonistas de este blog, con el avance de la primavera llega el mejor momento del año para salir a la naturaleza y disfrutar de su presencia.

El ciclo reproductor de las ranas y los sapos empieza cada entre finales de marzo y los primeros días de abril, cuando resulta muy común escucharlos croando en las lagunas y charcas de nuestros campos para marcar territorio y atraer a las hembras. Y también en el entorno de las balsas de riego agrícola, que a menudo suelen localizarse entre viñedos, de manera que las cepas van acelerando su desarrollo hasta que nacen las uvas al son de los batracios (del griego batrachos, que significa literalmente rana).

Y entre todas las ranas que prosperan estos días en nuestros paisajes hay dos que son especialmente remarcables por su belleza: la Ranita de San Antón (Hyla molleri) y su prima hermana, la ranita meridional o reineta (Hyla meridionalis).

Consideradas entre los animales más bellos de la fauna ibérica, el color verde pastel (pueden llegar a ser incluso azuladas) y su textura blandita y redondeada hacen que parezcan dos pequeñas figuritas de plastilina, pues apenas alcanzan los cinco centímetros.

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Ejemplar de ranita de plastilina, en la corteza de un árbol. Fotografía de: Jose Luis Gallego.

Ejemplar de ranita de plastilina, en la corteza de un árbol. Fotografía de: Jose Luis Gallego.

Se diferencian entre sí porque la de San Antón tiene una larga franja longitudinal marrón dorado que rodea todo su cuerpo (mucho más corta en la meridional) separándolo en dos partes: desde el ojo, en forma de antifaz, hasta las patas de atrás.

Respecto a su área de distribución la Ranita de San Antón es más habitual en la mitad oeste de la península, mientras que la meridional hace honor a su nombre y ocupa el sureste, resultando especialmente abundante en el área mediterránea de Andalucía.

En época de celo, los machos inflan de aire el descomunal saco bucal que tienen bajo la barbilla como si fuera un gigantesco globo de chicle y lo expulsan de golpe emitiendo su característico croar.

De hábitos arborícolas, tanto a una como a otra les encanta croar desde las ramas de los árboles por lo que no es raro sorprenderlas encaramadas en las copas, incluso bastante alejadas de la charca.

Las ranas se alimentan de insectos por lo que son muy beneficiosas para el ser humano. No pican, no muerden, no transmiten enfermedades ni hacen daño a nadie. Como el resto de nuestros anfibios, tanto la ranita meridional como la de San Antón (especialmente ésta última) están en regresión, amenazadas por la contaminación de los ecosistemas acuáticos, la desecación de las zonas húmedas y el aumento de las temperaturas debido a la crisis climática.

Antes de acabar es necesario recordar que todas las especies de anfibios están estrictamente protegidas por la ley, por lo que no se pueden capturar, ni mucho menos causarles daño o alterar su hábitat. Y respecto a la famosa leyenda que acompaña a las ranas, desistan en intentarlo: no se conoce el caso de ningún ejemplar que se haya transformado en príncipe tras recibir un beso.