La mariposa de la luna española

Los insectos forman un universo particular dentro del reino animal. Y es que con alrededor de un millón de especies conocidas (y según muchos expertos más del doble aún por descubrir) adentrarse en la exploración de esta clase de invertebrados es hacerlo en un inmenso territorio lleno de misterios, y también de belleza.

Uno de los órdenes de insectos más fascinantes es el de los lepidópteros: las mariposas. Formado por más de 170.000 especies, de las que la mayoría (el 90%) son polillas nocturnas, el estudio de las mariposas nos va a permitir conocer las formas y colores más bellos entre los seres vivos.

En la Península Ibérica vive una de las mariposas más espectaculares y bellas del planeta, símbolo de nuestra entomología: la isabelina (Graellsia isabellae), a la que los entomólogos británicos, hechizados sin duda por su deslumbrante belleza, dieron uno de los nombres más acertados de todo el nomenclátor de especies: the spanish moon moth, la mariposa de la luna española. Y la historia de su descubrimiento para la ciencia es tan cautivadora como su aspecto.

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Ejemplar de la mariposa de la luna española.

Ejemplar de la mariposa de la luna española.

En los albores del naturalismo español, cuando los museos de zoología todavía lucían huecos en sus vitrinas y quedaba mucho espacio en sus cajones, una expedición científica por nuestros montes, muchos de ellos salpicados de viñedos y campos de cereal, podía deparar valiosos hallazgos.

Entregado a esa tarea de explorar el derredor, el famoso naturalista Mariano de la Paz Graells (1809-1898), Catedrático de Zoología y director del Museo de Ciencias Naturales de Madrid (MNCN), salió a pasear una mañana de primavera de 1849 con su perro por los alrededores del pueblo de Peguerinos, en la provincia de Ávila.

Al parecer, el prestigioso científico, fundador también de la Real Academia de Ciencias Exactas, había educado a su perro como los cazadores hacen con sus podencos, solo que en este caso estaba especialmente adiestrado para localizar y marcarle a su amo la presencia de insectos.

Graells había tenido noticia años atrás de la posible presencia de una mariposa americana en la Sierra de Guadarrama, y no cesaba en su empeño de encontrarla. En su tesón, el año anterior había hallado la que en un principio creyó que era su oruga.

Sin embargo aquella mañana primaveral, al acercarse a la posición que le marcaba su perro, descubrió posada en un tronco de pino una especie completamente nueva para la ciencia, un ejemplar absolutamente excepcional. Una mariposa de casi diez centímetros de envergadura decorada como una vidriera modernista.

Contemplando las fotos de la mariposa, que a partir de entonces sería conocida como Graellsia isabellae en honor al científico y a la reina Isabel II (por quien éste sentía gran admiración), podemos imaginar su sobresalto inicial y posterior alegría. Una emoción que desde entonces compartimos todos los amantes de la naturaleza que hemos tenido la inmensa fortuna de observarla en su hábitat, en vivo y en directo.

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Ejemplar de la mariposa de la luna española, en un tronco de un árbol.

Ejemplar de la mariposa de la luna española, en un tronco de un árbol.

La casualidad y el “olfato” de su simpar ayudante de campo hicieron posible la clasificación de uno de los insectos más singulares del continente en una época en la que el proceso de identificación de una nueva especie era sometido al más riguroso examen. De hecho, el ejemplar localizado por Graells era una hembra, el macho, que muestra notables diferencias, tardaría aún cuatro años en ser citado y reconocido.

Como describe perfectamente su nombre en inglés, esta mariposa nocturna despliega toda la belleza que es capaz de imaginar un naturalista a la luz blanca de la luna, y lo hace exclusivamente en nuestros pinares, pues su existencia está íntimamente ligada a los árboles pertenecientes a este género.

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Ejemplar de la mariposa de la luna española en la rama de un pino.

Ejemplar de la mariposa de la luna española en la rama de un pino.

De ese modo, el área de distribución de la isabelina coincide con el de las principales poblaciones de pináceas, especialmente los bosques de pino albar o silvestre (Pinus sylvestris), pino negro (Pinus uncinata) y pino salgareño (Pinus nigra). Y es que la oruga de esta singular especie de mariposa, no menos impresionante que el adulto, se alimenta exclusivamente de sus hojas.