La conflictiva expansión del jabalí

Admirado por unos y denostado por otros, el jabalí (Sus scrofa) es uno de los mamíferos mejor conocidos de cuantos pueblan nuestros campos. Pese a la extraordinaria presión cinegética que soporta, el cerdo salvaje ha experimentado un espectacular ‘boom’ demográfico en los últimos años que lo ha convertido en abundante e incluso excesivo en la mayor parte de las comunidades españolas.

La estampa del jabalí es característica e inconfundible para todos. Posee unos rasgos físicos próximos a los de su pariente doméstico, aunque mucho más estilizados y bien diferenciados del resto de los mamíferos silvestres que viven en el bosque.

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Un ejemplar de jabalí en el bosque otoñal.

Un ejemplar de jabalí en el bosque otoñal.

Tiene un cuerpo robusto, estrecho y alto, en el que destacan sus patas, muy cortas y de pies delgados. La cabeza es grande y hocicuda, también aplanada. El pelaje, pardo marrón o gris oscuro, con negro en las patas, es áspero y muy duro, formado por cerdas cortas y rígidas. Las orejas son grandes, enhiestas y peludas y los ojos pequeños. El macho tiene los colmillos mucho más desarrollados que la hembra: le suben por la comisura de los labios a modo de navajas y pueden llegar a alcanzar los 20 cm.

Los jóvenes, de color castaño claro y con rayas horizontales de color crema, reciben el nombre de rayones. En España viven los jabalíes más pequeños de Europa, mostrando considerables diferencias de tamaño en función de los distintos hábitats que habitan, por lo que se hace muy difícil establecer una taxonomía común, pudiendo alcanzar una longitud de hasta dos metros, una altura a la cruz de casi un metro y un peso de hasta 150 kilos. Los machos son mucho mayores que las hembras.

Los pequeños ojos del jabalí denotan un pobre sentido de la vista, una deficiencia que cubre sobradamente gracias a su agudo oído y fino sentido del olfato. Alzando el hocico para husmear el entorno, el cerdo salvaje es capaz de detectar nuestra presencia en el bosque desde mucho antes que podamos ser vistos. De ahí la dificultad de sorprenderlo pese a ser tan abundante.

Esquivo y huidizo, la mejor manera de localizar su presencia es aprender a leer sus rastros, entre los que destacan los famosos hozaderos: los barrizales donde el marrano se revuelca para desparasitarse y con los que puede dejar arrasadas amplias zonas de sembrado.

Habita en terrenos forestales de toda la península, desde la costa a la alta montaña, preferiblemente en aquellos donde abunda el matorral y proliferan las charcas o los arroyos. Al anochecer, cuando se sienten a salvo, suelen bajar a los terrenos de cultivo.

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Un jabalí en el campo nevado, en su hocico tiene restos de nieve.

Un jabalí en el campo nevado, en su hocico tiene restos de nieve.

Sienten una predilección especial por los campos de maíz, que arrasan con sus surcos, y también por los viñedos, especialmente en las semanas previas a la vendimia (le vuelven loco las uvas), por lo que su abundancia se ha convertido en un serio problema para los viticultores.

¿Porqué elige los sembrados? Muy sencillo, porque son lugares de tierra esponjosa y generalmente húmeda, ideales para tomar sus baños de barro para desparasitarse y mantener así su peculiar pero muy eficaz concepto de la higiene.

Respecto a su alimentación hay que decir que el jabalí es el gran omnívoro del bosque. Se alimenta de frutos y bayas silvestres, bellotas, nueces, castañas, hongos, tubérculos y raíces que localiza escarbando bajo la hojarasca con su potente hocico. En los campos de cultivo busca las frutas caídas o las que le salgan al paso, así como toda clase de verduras y hasta granos de cereal.

Entre los animales que le sirven de presa destacan insectos, reptiles, gusanos y pequeños roedores. En función de la necesidad puede llegar a ser carroñero e incluso es capaz de dar caza a animales indefensos, heridos o moribundos. Las hembras dan a luz entre una y seis crías al año, preferentemente entre febrero y abril.

Como señalaba, el aumento de sus poblaciones está convirtiendo a este gran oportunista, que ha sabido aprovechar el abandono rural para ir ampliando sus áreas de distribución, en uno de los principales enemigos de agricultores y ganaderos (cuando entran en una granja pueden causar importantes estragos), provocando incluso un grave problema de seguridad vial.

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Dos jabalís andando por el bosque.

Dos jabalís andando por el bosque.

Y es que, en muchas provincias españolas, especialmente en Cataluña, Navarra y el País Vasco, el atropello de jabalís se ha convertido en una de las principales causas de accidente de tráfico, ocasionando miles de siniestros al año que provocan centenares de heridos graves e incluso muertes, especialmente en el caso de los motoristas.

Unos serios inconvenientes que no tienen fácil solución y que están dando lugar a un grave problema de convivencia con la especie.