El espectacular e inofensivo ciervo volante

Los insectos suelen acompañar las labores del agricultor en el campo, por eso las gentes que trabajan la tierra no acostumbran a prestarles la menor atención, ni mucho menos llegan a espantarse. Salvo excepciones.
En el caso de los insectos de gran tamaño, lo cierto es que suelen intimidar a la mayoría de las personas con su presencia. Y en el caso del protagonista de este apunte del blog dudo que haya alguien a quien no le genere sobresalto, ya que su aspecto es verdaderamente inquietante.
Se trata del ciervo volante (Lucanus cervus): el escarabajo europeo de mayor tamaño. Los machos pueden llegar a rondar los diez centímetros de longitud: es decir, más de lo que miden muchos pájaros. Pero ¿a qué viene esa descomunal envergadura? ¿Qué ha empujado a estos acorazados a alcanzar semejante talla? Una vez más la respuesta está en la evolución.

Ejemplar de ciervo volante, encima de una corteza de un árbol.
El macho de ciervo volante sigue una estrategia evolutiva muy común en la naturaleza: ser grande para restarse potenciales enemigos entre sus predadores naturales, que huyen ante su imponente presencia como lo hacen la mayoría de seres humanos. Sobre todo, si aparece volando y emitiendo su famoso zumbido: un sonido tan portentoso como alarmante.
Pero a pesar de sus medidas y de las espectaculares mandíbulas astiformes que lucen los machos, en realidad este escarabajo es uno de los insectos más inofensivos de nuestros campos.
Exclusivamente crepuscular, puede realizar vuelos cortos para desplazarse por su territorio. Pese a que los conocemos por su fase adulta, cuando adquieren este aspecto no suelen vivir más de dos o tres semanas, mientras que las larvas pueden llegar a vivir hasta cinco y seis años y alcanzar los veinte centímetros de longitud antes de enterrarse y pasar a la fase de ninfa, generalmente en el suelo cercano a un viejo tocón o un árbol caído de cuya madera se ha venido alimentando.
Los adultos, aunque se desarrollan en otoño, suelen permanecer enterrados para echar a volar en las noches templadas de verano, resultando fácil verlos en agosto. Habitan los bosques maduros de encinas y robles salpicados de cultivos (especialmente viñedos), pero pueden desplazarse a distancias considerables atraídos por las luces de los pueblos y las casas de campo.
La situación que atraviesa este singular coleóptero es tan delicada que algunos expertos señalan su probable desaparición antes de que acabe el presente siglo si no se toman medidas de protección urgentes. Por eso, tanto en España como en el resto de Europa, la especie está siendo sometida a un programa especial de seguimiento y conservación.
Personalmente tengo mucha fortuna con estos animales, que figuran entre mis favoritos, y suelo encontrarme con ellos casi cada verano. Hace unos años asistí a una pelea entre dos machos sobre un tocón en el interior de un encinar del parque natural de la Serra d’Espadà, en la provincia de Castellón.

Un ciervo volante, encima de una mano humana.
Aquellos espectaculares escarabajos, puestos en pié, con las mandíbulas entrecruzadas, simulando una batalla de gladiadores en miniatura, me brindaron uno de los mejores apuntes de mis cuadernos de campo.
El ciervo volante es una auténtica maravilla de la evolución. Pero es que, además, se trata de uno de los mejores bioindicadores de calidad ambiental del bosque, por lo que, una vez más, no se trata tan solo de salvaguardar a la especie por lo que es, sino por lo que representa.

Un ejemplar de ciervo volante encima de una rama de un árbol.
Salvar al ciervo volante y al resto de especies saproxilófagas -que es como los entomólogos llaman a los insectos que se alimentan de la madera de los árboles caídos- es una forma directa de conservar nuestras arboledas más relictas: de ahí que valgan la pena todos los esfuerzos que se están llevando a cabo para conseguirlo.