El cambio climático y la perdiz nival

El mimetismo es una de las estrategias más recurridas entre las especies del reino animal para pasar desapercibido en el entorno: ya sea a la mirada de los predadores o a la de las posibles presas.

De lo que se trata es de permanecer oculto, confundido entre el paisaje, imitando las formas y los colores del ambiente. Eso es lo que hacen el insecto palo o la mariposa de hoja seca, sus nombres lo dicen todo, para evitar ser localizados.

Y eso es lo que motiva también que el pulpo o el camaleón adapten los colores de su piel a los del fondo marino o las ramas del árbol para, aproximándose al máximo a sus presas, abalanzarse por sorpresa o disparar el dardo de su lengua sobre ellas.

Disfrazarse de paisaje: esa es la conducta con la que un variado grupo de especies ha logrado adaptarse perfectamente al entorno que habitan a lo largo de la historia en todo el planeta. Sin embargo, a muchas de ellas el cambio climático les está jugando una mala pasada, arruinando todo ese esfuerzo evolutivo.

Uno de los mejores ejemplos lo encontramos en las especies que habitan las cumbres nevadas de nuestras montañas. Allí la falta de nieve y la alteración del régimen de precipitaciones están ocasionando grandes y graves cambios en el funcionamiento de los ecosistemas.

Las especies de nuestra fauna que confiaron su suerte al mimetismo para disfrazarse de blanco y pasar desapercibidas en el paisaje nevado, se enfrentan ahora a una circunstancia con la que no contaban, y es que su piel y sus plumas mudan al blanco mucho antes de que lo haga el paisaje, por lo que en lugar de mimetizarse pasan a convertirse en auténticos semáforos vivientes.

Ese es el caso del armiño, del gorrión alpino o del escribano nival, que mudan de aspecto cuando llega el invierno tornándose blancos. La misma estrategia que viene siguiendo desde siempre nuestra protagonista: la perdiz nival o lagópodo alpino (Lagopus mutus).

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Ejemplar de perdiz nival, en un suelo nevado.

Esta especie de galliforme, exclusiva de la alta montaña, tiene la capacidad de ir mudando escalonadamente su plumaje para confundirse con las diferentes coloraciones del bosque: ocres y dorados en otoño, salpicado de blanco a finales de esa estación y blanco puro cuando llega el crudo invierno y la nieve cubre todo el paisaje con su manto.

Gracias a esa capacidad de mimetismo la perdiz nival consigue pasar desapercibida a la mirada de sus predadores, como el zorro, el azor o el águila real. Pero el cambio climático está alterando el ritmo de las estaciones, ese orden cronológico que permitía a la perdiz nival adaptar su aspecto a los cambios en el paisaje, de modo que, lo que era una ventaja evolutiva, se está convirtiendo en una verdadera trampa.

Porque una perdiz blanca correteando por las crestas marrones de las cumbres pirenaicas en el reseco invierno es un señuelo, un reclamo que no pasa desapercibido a la aguda mirada del águila real.

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Ejemplar de perdiz nival, en un monte pedregoso.

Es posible que, con el paso del tiempo, a medida que el cambio climático avance, la evolución retroceda un paso para dejar el disfraz de nieve en el armario y que estos animales puedan adaptarse a los nuevos escenarios de su entorno. Algunos etólogos indican que eso es lo que estaría empezando a suceder en muchas regiones que tradicionalmente aparecían nevadas durante esta época, incluidas las cordilleras del sur de Europa.

Pero lo cierto es que el calentamiento global avanza mucho más rápido que la capacidad de respuesta de la evolución, y en consecuencia la perdiz nival esta viendo como su principal estrategia de adaptación al medio ha pasado a convertirse en su mayor desventaja para sobrevivir en él.

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Ejemplar de perdiz nival, en el bosque.