Cigüeña blanca: la vecina del tejado

La cigüeña blanca es una de las aves silvestres más unidas al ser humano. La imagen de sus voluminosos nidos en los tejados de los pueblos, con la pareja en lo alto, es una de las estampas más entrañables de nuestros campos.

De hecho la cigüeña siempre ha acompañado a los agricultores en las faenas de labranza. Como buena oportunista, le gusta seguir al arado que va abriendo los surcos en la tierra para capturar lombrices, caracoles y otros pequeños invertebrados.

En el campo es una colaboradora respetada y muy querida, pues su compañía resulta muy beneficiosa ya que no perjudica en absoluto a las cosechas y en cambio mantiene a raya las poblaciones de insectos o roedores que pueden resultar perjudiciales para los cultivos.

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Ejemplar de cigüeña blanca en el campo. Fotografía de: Ana Mínguez

Ejemplar de cigüeña blanca en el campo. Fotografía de: Ana Mínguez

Muy fácil de identificar por su inconfundible silueta y su característico plumaje de color blanco y negro, esta zancuda de gran tamaño tiene las patas alargadas y finas, de color rojo coral, al igual que el pico: muy largo, robusto y afilado. Las alas son de vértice redondeado y con las plumas primarias muy separadas: como gigantescos dedos con los que diera manotazos al aire para volar.

Vive en áreas rurales y urbanas, dónde instala la gran plataforma del nido en puntos elevados que le permitan tener buena visibilidad: desde campanarios hasta chimeneas abandonadas, torres de alta tensión, antenas y cualquier otro punto elevado.

Un nido que construye básicamente con ramas y sarmientos, pero al que no duda en aportar todo aquello que le llama la atención por los campos a lo largo de los años. Debido a ello estas construcciones pueden llegar a superar los tres metros de altura por dos de diámetro y alcanzar las dos toneladas de peso. Algo que, en caso de las grandes colonias de cría, puede plantear problemas de seguridad.

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Pareja de cigüeñas blancas en un nido, un día soleado. Fotografía de: Ana Mínguez

Pareja de cigüeñas blancas en un nido, un día soleado. Fotografía de: Ana Mínguez

La puesta de los huevos se está adelantando cada vez más, pero por norma general tiene lugar entre en marzo y abril, y consta de 4 a 5 huevos blancos. Pasadas las 5 semanas nacen los pollos, que empiezan a volar a partir de junio (a los 60 días de nacer). Las jóvenes cigüeñas se diferencian de sus padres por tener las patas y el pico de color negro.

Una singularidad muy curiosa de las cigüeñas es que son completamente mudas, pues carecen de siringe, que es el órgano fonador de las aves. Para comunicarse utilizan el crotoreo: un melódico repiqueteo de las dos palas de su largo pico, semejante al sonido de las castañuelas, que permite a los individuos intercambiarse mensajes de reconocimiento o aviso.

La población española de cigüeña blanca atravesó un momento muy delicado a mediados de los años 80 del pasado siglo, cuando el uso indiscriminado de venenos en el campo, la pérdida de humedales y la caza furtiva redujo las poblaciones hasta llegar a un mínimo de 6.000 parejas censadas en 1984.

Sin embargo, hoy en día, con más de 50.000 parejas repartidas por toda la península, la cigüeña blanca ha dejado de ser una especie amenazada para convertirse en una inquilina cada vez más habitual de los tejados en buena parte de las ciudades y pueblos españoles.

A ello contribuye el sorprendente proceso de adaptación a los nuevos tiempos que ha realizado esta inteligente ave, que ha dejado de merodear por lagunas y charcas a la busca de algún anfibio que llevarse al pico, para asegurarse su sustento en los vertederos, dónde ha descubierto un aporte de alimento variado y constante.

Otra de las pautas de comportamiento que está cambiando en las cigüeñas es su condición de especie migratoria. Tradicionalmente estas aves migraban a sus cuarteles de invierno en África al llegar el verano, coincidiendo con la escasez de agua en nuestros humedales. Sin embargo cada vez son más las que, ante el lento pero constante aumento de las temperaturas invernales en España deciden quedarse aquí todo el año. Por eso los científicos que siguen la evolución de la crisis climática la señalan como un bioindicador de lo que está ocurriendo.