Armonía con la naturaleza.

Amar la naturaleza y apreciar la viña. Son conceptos intrínsecamente ligados, unidos con un armazón de miles de años. Todos los que amamos la naturaleza apreciamos el alto valor ecológico de la viña. Seguimos con especial interés el calendario fenológico de las especies que la habitan. Percibimos los detalles de la alternancia fruto del paso de las estaciones, especialmente en el caso de los pájaros. La alondra y la totovía cantan en las viñas en primavera, las golondrinas y los vencejos las sobrevuelan con sus silbidos en verano, las palomas torcaces y los petirrojos llegan en otoño y las avefrías y los estorninos las pasean en invierno.
Por eso es importante salvaguardar ese carácter agreste del viñedo, su relación íntima y espontánea con la tierra. No cabe duda que la mano del hombre debe permanecer vigilante para asegurar el éxito del cultivo y alcanzar los objetivos de producción, pero siempre desde el respeto a la naturaleza, a ese vínculo atávico de la viña con el entorno natural, porque, como bien dice el lema de Bodegas Torres, «Cuanto más cuidamos la tierra, mejor vino conseguimos».
Existen pocas experiencias tan placenteras a la hora de degustar un vino como la de imaginar el entorno en el que nació. Percibir, por ejemplo, la influencia de un bosque cercano, si se trata de un bosque de ribera o por el contrario de un encinar, anotar el perfume de las plantas aromáticas que rodeaban la viña: el romero, el tomillo, la lavanda. Percibir acaso el ligero aroma del musgo tras la lluvia un día de otoño, el sutil perfume de las flores en una resplandeciente mañana de primavera.
El vino es sin lugar a dudas uno de los mejores embajadores de la naturaleza, de esa multiplicidad de formas de vida que acoge la viña.
Una biodiversidad que, como la del resto de ambientes que conforman nuestro bioma o paisaje bioclimático, afronta con incertidumbre el gran dilema del calentamiento global.
La amenaza del cambio climático
Según los científicos que estudian el cambio climático, el planeta sigue recalentándose. El pasado año volvió a marcar un aumento de más de medio grado respecto a la media, resultando uno de los más cálidos desde que se iniciaron los registros, en 1880. La temperatura media del planeta ha aumentado casi un grado desde entonces. Los informes del panel de expertos de las Naciones Unidas, el IPCC, integrado por más de 2.500 investigadores de todo el mundo, nos obligan a afrontar esa verdad por muy incómoda que sea. Porque el calentamiento global es inequívoco, está sucediendo y muy probablemente sea irreversible. A lo que todavía estamos a tiempo es a evitar que resulte catastrófico.
El origen de este cambio climático está directamente relacionado con el aumento de las emisiones de gases con efecto invernadero, especialmente CO2, que hemos provocado en los dos últimos siglos con nuestro modelo de desarrollo.
La presencia de este gas en la composición de la atmósfera terrestre resulta determinante para mantener el beneficioso efecto invernadero que hace posible la vida en nuestro planeta. Sin embargo, un aumento en la proporción de CO2 puede provocar un aumento indeseable de dicho efecto.
En 1880 la concentración de este gas en la atmósfera era de unas 285 partes por millón (ppm). En 1960, su presencia alcanzaba ya las 315 ppm. Según algunos expertos este año superaremos las 400 ppm de CO2, lo que nos enfrentaría a un escenario de futuro especialmente adverso. Por eso es importante actuar ahora.
El estudio del paleo clima demuestra que el planeta ha experimentado otros cambios climáticos a lo largo del tiempo. Sin embargo, lo que la ciencia trata de explicarnos ahora es que, así como la actividad humana se halla en el origen del actual período de calentamiento global, la introducción de determinados cambios en dicha actividad, como una reducción de las emisiones de CO2, puede también atenuar o incluso llegar a mitigar notablemente los efectos negativos del cambio climático y que amenazan con modificar las condiciones que hacen posible el mantenimiento de nuestra biosfera.
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Pero, ¿y la viña? ¿De qué manera puede acabar afectando el cambio climático al viñedo y a la viticultura en nuestro país?
Como reconoce el profesor Vicente Sotés, catedrático de Viticultura de la Universidad Politécnica de Madrid, el clima juega el papel más determinante y más difícil de controlar en la elaboración de un vino.
Y el viñedo, tan íntimamente vinculado al ritmo de las estaciones y la evolución de las temperaturas, está actuando como un bioindicador más del cambio climático. Un ejemplo: en la D.O. Conca de Barberà y en los últimos 25 años, la vendimia de la variedad macabeo se ha adelantado 25 días, es decir un día por año. Encontraríamos casos similares en todos los territorios, con otras variedades. El cambio climático plantea un reto importante al sector: ¿cómo afrontarlo?
Esta es la principal cuestión a la que ha querido dar respuesta uno de los trabajos de investigación más importantes de la agricultura española en los últimos años, el proyecto Cénit-Demeter, coordinado por el profesor José Ramón Lissarrague e impulsado por Bodegas Torres, en el que han participado más de una veintena de empresas del sector vitivinícola y alrededor de un centenar de expertos.
Este importante trabajo de investigación, que se llevó a cabo entre 2008 y 2012, ha permitido identificar las estrategias vitícolas y enológicas para atenuar, paliar o eliminar los efectos negativos que en la viticultura y en los vinos tiene el cambio climático. Todo a partir de una herramienta fundamental, el intercambio de conocimiento, y con un objetivo común, el de seguir elaborando vinos de calidad y adecuados a las exigencias del mercado.
José Luis Gallego es periodista, naturalista y escritor.